Por Berenice Perez
En el paisaje político de México, las elecciones no solo son un proceso de selección de líderes, sino también un espejo que refleja las divisiones sociales y el clasismo arraigado en la sociedad. Después de las elecciones más recientes, este fenómeno se ha vuelto aún más evidente, dejando al descubierto grietas profundas en el tejido social.
La campaña electoral estuvo marcada por un tono discordante, con la asociación «Unidos por México» liderando una estrategia que algunos calificaron como clasista. Desde el púlpito de «La Mañanera», el presidente López Obrador denunció las tácticas utilizadas por esta asociación, acusándola de atacar a Morena y a sus seguidores con un discurso cargado de prejuicios y discriminación.
Pero el clasismo no se limitó al ámbito político; también se manifestó de manera ostensible en la clase política misma. La Universidad Iberoamericana, conocida por su análisis crítico de la sociedad, destacó la desconcertante opulencia y la imagen pública de los líderes políticos, una exhibición de estilos de vida lujosos que contrasta drásticamente con la realidad de muchos ciudadanos mexicanos. Esta ostentación económica, a menudo justificada por aquellos en el poder, ha generado un profundo malestar en la sociedad, alimentando sentimientos de indignación y desconfianza hacia las élites gobernantes.
Además, los estudios sobre la identidad de clase y su influencia en las preferencias electorales arrojan luz sobre la complejidad del panorama político mexicano. La clase media emerge como un actor dinámico y multifacético, más allá de meros estratos socioeconómicos definidos. Si bien la identidad de clase puede influir en las decisiones electorales, no es el único factor determinante; sin embargo, su presencia subyacente es innegable.
Las reacciones posteriores a las elecciones han sido reveladoras. En las redes sociales, se han desatado oleadas de comentarios clasistas y discriminatorios dirigidos tanto a los votantes como a los líderes de Morena. Estas expresiones de desprecio reflejan una división profunda en la sociedad mexicana, una brecha que parece ensancharse con cada contienda electoral.
En resumen, la realidad postelectoral en México está teñida por el clasismo, un fenómeno que sigue siendo relevante y preocupante. Para restaurar el respeto a la dignidad humana y fortalecer la institucionalidad democrática, es imperativo abordar estas divisiones sociales profundas y trabajar hacia una sociedad más inclusiva y equitativa. Solo así podremos aspirar a un México donde la voz de cada ciudadano sea escuchada y respetada, independientemente de su origen socioeconómico o afiliación política.